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martes, 15 de junio de 2010

Cristiano merendado por Costa de Marfil

El señorito, protegido por los árbitros en España, no se comió una rosca en el primer partido de Portugal. Está comprobado que cuando el trato arbitral se vuelve más objetivo y neutro (es decir, cuando juega en el extranjero), se le puede jugar de tú a tú, y tocarlo del mismo modo que él toca a los demás deja de ser un delito.
De forma insólita recibió una amarilla por tirarse dentro del área (lo que en nuestro país habría constituido un penalti clarísimo...de hecho los recuerdo igualitos). Todo el encuentro lo pasó dando tumbos, y acabó tirándose otra vez al suelo en el minuto 72. Esta vez arañó una falta injusta gracias al linier.
Su chulería mezclada con la frustración del perdedor salió a relucir en varios roces con jugadores rivales...como de costumbre (será por la casta o el pundonor).
El genial megacrack no marca en competición oficial con Portugal desde la Eurocopa 2008, ante la República Checa. Y en un amistoso no ve puerta desde febrero de 2009, cuando marcó de penalti ante Finlandia.
Acababa de decir en unas declaraciones que no le tiene miedo a nadie, y será mejor que comience a tenerlo...no le vendría mal bajarse los humos, porque su Portugal puede quedarse fuera bien prontito (Dios lo quiera).

1 comentario:

Javi dijo...

Sobre Cristiano Ronaldo, me parece que es interesante el texto que adjunto en mi comentario, pertenece a un artículo de John Carlin publicado en el As poco antes de la final de Champions de 2008 entre el Manchester y el Chelsea:


"No quiero que el Manchester United gane la Copa de Europa por Alex Ferguson, el hombre más antipático, con menos gracia, del fútbol inglés. No quiero que gane el Manchester por Cristiano Ronaldo que, como Ferguson, es brillante, claro que sí, pero como personaje es insoportable. Digo personaje, no persona. Puede ser que en privado sea un encanto de hombre (Ferguson dudo mucho que lo sea), pero la imagen que proyecta en el campo es de un creídillo malcríado. Cada vez que pierde el balón la única explicación posible, según las caras que pone y los numeritos teatrales que monta, es que alguien le hizo una falta; que el árbitro se equivoco, que alguna enorme injusticia se ha hecho contra su talento y su derecho divino de salirse siempre con las suyas"